viernes, 19 de diciembre de 2008

La puerta


Después de seis generaciones viviendo en la mansión las historias se sucedían una tras otra, pasando de padres a hijos y llenando las tardes silenciosas, de sobremesas largas y cálidas sentados ante la chimenea.
Y era cierto que algo inexplicable ocurría en aquella enorme casa, una habitación que iba y venía, aparecía y desaparecía a su antojo, y muy pocos eran los que habían logrado entrar en ella. Los afortunados contaban lo sucedido con los ojos chispeantes de satisfacción, envolviendo el relato con un manto de misterio algo fantasmagórico. Sucedía que, de noche, cuando la casa dormía en silencio, algún inquilino insomne, paseando por alguno de los muchos pasillos que recorrían el edificio, se había topado con una puerta que no debía estar allí. Sí, sí, una puerta que antes no estaba, una puerta que al día siguiente desaparecía y que podía volver a aparecer tiempo después en cualquier otro punto de la mansión. No tenía cerradura, estaba abierta para quien quisiera entrar, pero ocurría que si se accionaba el interruptor y la luz llenaba la estancia, nada había allí dentro, tan sólo una habitación vacía, cuatro paredes blancas y un suelo de mármol frío y brillante. Sin embargo, si se entraba a oscuras, sólo acompañados de la luz de una vela o de un pequeño farol, la estancia aparecía repleta de sombras, las que creaban la cama, la cómoda de tres cajones, el gran armario de doble hoja, las dos mesillas de noche, el perchero del rincón y la gran lámpara que colgaba del techo. Los más atrevidos habían pasado la noche tumbados en esa enorme cama, pero ninguno había podido dormir, y antes de que despuntara el alba habían regresado a sus habitaciones. Cuenta la leyenda, que solamente el viejo tío Andrés pudo dormir en ella, despertó cuando ya era de día y ya no pudo salir de allí.
De vez en cuando, si se pasea por alguno de esos pasillos, pueden encontrarse pedazos de papel por el suelo, notas escritas de puño y letra por el viejo Andrés, suplicando que alguien le saque de ahi. De momento nadie a vuelto a ver esa maldita puerta.

Illustración: Benjamin Lacombe

domingo, 23 de noviembre de 2008

Viernes noche...

Me hundo, me sumerjo entre los cojines del sofá con el sabor amargo de la cerveza arañándome la garganta. Busco el calor que me falta, algún ser que me haga compañía y me arranque de cuajo esta sensación de soledad que me invade y, de forma extraña, me aterroriza. Miro por la ventana, atravesando la fina tela de las cortinas y unos ojos me observan. Ojos imaginarios tal vez, ya que parecen estar a kilómetros de distancia y sin embargo los veo con total claridad. Les pregunto por su dueño, por la persona del otro lado, y una especie de halo blanco como el frío, dibuja serpenteante un camino hasta llegar a mi y colarse descarado dentro de mi boca. Me invade una sensación de bienestar que poco a poco se transforma en ardor, en excitación, en el temblor de mis manos buscando a tientas donde agarrarse. Y el ser de los ojos sin nombre, logra recorrer la distancia sin ni siquiera moverse, hasta llegar a mi y llenarme con su alma. Grito, me estremezco, me revuelvo entre los cojines y, finalmente, sonrio.

lunes, 17 de noviembre de 2008

El reflejo

Segura de sí misma, así era ella. No le importaban los comentarios de los demás ni las opiniones que pudieran tener. Quién mejor que ella para conocerse y gustarse. Así pues, la vida le sonreía: un buen trabajo, un bonito piso céntrico y con una enorme terraza, llena de plantas y flores que cuidaba y mimaba hasta la exageración, un gatito persa de color gris al que llamaba “Reflejo” , preciosas instantáneas en blanco y negro que colgaban de las paredes de su piso, fotos en las que ella era la protagonista; y como si de una galería se tratara, sus fotos recorrían el largo pasillo que conducía a su habitación. En ellas, posaba con francas y falsas sonrisas, dependía de quién estuviera mirando por el objetivo; también con posturas provocadoras y sexis. Era muy guapa, lo sabía y eso le había abierto muchas puertas, había aprendido a utilizar su belleza en muchas y variadas ocasiones y se sentía orgullosa de ello. No sólo entraba sin problemas en cualquier local de moda, sin hacer pesadas colas ni pagar un solo céntimo, si no que conseguía mesa en restaurantes abarrotados, entradas exclusivas para estrenos de teatro y, en definitiva, todo aquello que se propusiera y quisiera tener.
Tenía muchos amantes, varios a la vez, y no sentía escrúpulo alguno, nada, ni una vocecita interior que le dijera que eso no estaba bien, que estaba jugando con los sentimientos de otras personas, con los sueños y deseos de aquellos hombres y mujeres a los que destrozaba el corazón. No era una persona mala, pero se amaba tanto a sí misma que no podía ni siquiera imaginar el daño que causaba a su alrededor.
Los años habían convertido su agenda en una lista interminable de hombres y mujeres; algunos amantes, otros simples enlaces o personas a las que acudir para pedir un favor; nunca nada demasiado personal, ella estaba por encima de todas esas cosas. Pero los años pasaban y sin darse cuenta el mundo que la rodeaba también. No era una jovencita y sus antiguos amantes tampoco. Poco a poco los días se hacían más largos, tal vez porque cada vez pasaba más horas sola y el teléfono había dejado de sonar.
Una noche, tumbada en su cama, con las sábanas revueltas y empapadas en sudor, con su cuerpo ardiendo lleno de caminos recorridos por dedos y saliva; se dio cuenta de que nadie más que ella los había dibujado. Estaba sola, sola en su cama vacía, en su casa, preciosa pero, ahora más silenciosa que nunca. Se levantó para ir al baño, encendió la luz y lo único que pudo ver con claridad fue su reflejo en el espejo, pero la mirada que le devolvió ya no pudo reconocerla. El gato pasó entre sus piernas, acariciándole los pies con su suave tacto y a ella, una lagrima le resbaló mejilla abajo.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Carcoma

Por las mañanas suelo levantarme pronto, antes de que suene el despertador ya tengo un ojo abierto y estoy pensando en el siguiente paso. Es un ejercicio puramente mecánico ya que la rutina se repite día tras día sin ninguna excepción. Un golpe al despertador, mi pie izquierdo palpando el suelo en busca de la zapatilla y el arrastrar de mi cuerpo hacia el baño. Me resulta todo tan tedioso, no lo soporto. No sé cuánto hace que me siento así, cuánto desde que mi marido se ha convertido en un ser insufrible al que a veces deseo hacer daño de verdad. Miro a mi alrededor y nada me complace, me odio a mi misma pero soy cobarde y no me atrevo a silenciar, de una vez por todas, las voces que me carcomen por dentro y me van desquiciando mordisco a mordisco.

Treinta años atrás, una niña desayuna en silencio en una pequeña cocina muy sencilla y algo oscura. Su madre, con un delantal anudado en la cintura, friega en silencio los platos que su marido, el padrastro de la niña, ha ensuciado durante el desayuno. El hombre, tosco y de pocas palabras, fuma un cigarrillo sin importarle que la ceniza vaya cayendo en el suelo. La pequeña piensa en levantarse y gritarle que haga el favor de ir con cuidado, que su madre no es su criada y que no soporta más su aliento y su cara de amargado; pero no mueve ni un dedo y con la cabeza gacha sigue a cucharadas con sus cereales. El hombre de pocas palabras suele pegarle, lo hace muy a menudo y por cosas sin importancia. Días antes, al volver del colegio, Sara, que así se llama la niña, subía las escaleras como hacía cada tarde, silbando una divertida melodía que había escuchado en la radio y pegando saltitos de escalón en escalón. Fuera de casa se sentía libre para ser feliz, al menos lo intentaba y había dividido su vida en dos mundos completamente distintos. Uno, el de casa, era frío y gris. En él cada paso lo daba con miedo, con terror a ser reprendida. En el otro había sol y música y un montón de cosas por aprender. Así, mientras subía silbando los escalones, no podía imaginar que al llegar a casa, sin motivo aparente, cuando ya estuviera en su cuarto, la puerta se abriría y se cerraría de golpe cuando él hubiera entrado, pidiendo silencio con un dedo en los labios mientras de desabrochaba el cinturón


Cuando al fin salgo de casa y entro en el ascensor intento tranquilizarme. Respiro hondo un par de veces y cierro los ojos para alejarme de los malos pensamientos. Piso la calle y el frío me golpea la cara, me gustan esas pequeñas punzadas en la sien, que los pulmones parezcan congelarse, me ayuda a relajarme. El mundo exterior me resulta cada vez más insoportable, como si a cada paso que doy alguien estuviera dispuesto a ponerme a prueba. Esta situación se ha ido agravando con el paso de los años, cada vez va a más y no entiendo aún como no me he quedado sola y aislada en algún agujero oscuro. Mi marido dice que me quiere, pero intuyo que poco a poco su amor se ha convertido en pena y desazón. No se atreve a dejarme y no sé si al final me veré obligada a hacerlo yo, al menos antes de que acabe definitivamente con él.

miércoles, 22 de octubre de 2008

El huesped

Pegué un puñetazo en la pared seguido de un par de manotazos a ver si así cesaba el maldito ruido. El huésped de la habitación contigua a la mía, el de la 218, era un auténtico gilipollas. Estaba harto de sus estupideces y ya le había avisado un par de veces al cruzarnos por el pasillo: si no dejaba de molestar perdería la paciencia y las consecuencias serían muy desagradables. Me demostró una vez más que, o era un memo de campeonato o un suicida sin cerebro, porque en ese momento mi paciencia se terminó y salí de mi habitación decidido a darle una lección de una puta vez.Llamé a su puerta con un solo golpe. De repente el ruido cesó y en un segundo me vi envuelto en un silencio tan absoluto que podía notar como si mi cabeza estuviera a punto de estallar. Abrió la puerta un tipo extraño. Era bajito, regordete y llevaba puestas unas gafas de bucear. La verdad es que no me sorprendió demasiado, ya sabéis el dicho: Dios los cría y ellos se juntan. Así que el hombre de las gafas de bucear me vio y se giró para llamar a otro que supuse sería el memo del vecino. Así fue. Se acercó con su bata de siempre, llena de mugre y mal abrochada, calzaba zapatillas de estar por casa y además, para terminar de arreglarlo, llevaba puesto un flotador, de esos con patito y todo. Intenté no fijarme en los detalles e ir al grano. Antes de ni siquiera abrir la boca, le metí un puñetazo que le partió la nariz. Con las manos en la cara y chorreando sangre, empezó a soltar una especie de gruñidos seguidos de lo que supuse serían insultos, aunque no entendía ni una palabra. Di media vuelta y volví a meterme en mi habitación.

Bebo solo, siempre es así, lo prefiero a tener que aguantar las estupideces de los vecinos. Y no me refiero al imbécil de la puerta de al lado, si no a un sinfín de personajes que pueblan el edificio y que parecen tener algo en común: me sacan de quício. Hace ya tiempo que me pregunto qué coño hago yo aquí mezclado con toda esta gente. Me sirvo otra copa, este whisky está realmente bueno, me lo trajo mi hijo el fin de semana pasado; vino con mi nieta y con su nueva pareja, una chica algo sosa pero está muy buena, eso sí. Con la copa en la mano miro por la ventana, hay veces que pierdo la noción del tiempo y no recuerdo como he llegado hasta aquí. Observo los jardines de abajo, la gente que pasea y no logro comprender porque decidí mudarme a este edificio. Intento recordar pero no puedo, al igual que no consigo entender como es posible que lo que hace un segundo era un whisky de puta madre, sepa ahora a zumo de melocotón. Esta clase de sucesos me desconciertan mucho, demasiado y a veces incluso siento pánico de lo que pueda acontecer. Nunca estoy seguro de mi mismo, de que sea capaz de dirigir mi vida. ¿Qué hago con este pijama tan horroroso siempre puesto? Llaman a la puerta, dos golpes secos y se abre (¿No debería ser yo quien la abriera?). Entra un chico con bata blanca. Me suena de algo pero no sé de qué. Le miro, me mira, se acerca despacio y, rodeando mi espalda con su brazo, me dice: Hora de la terapia, Luís, pero antes no te olvides de tomar la medicación. Le sigo la corriente por si las moscas, de verdad que estos vecinos no hay quien los entienda.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Viento


El viento azotaba sin tregua. Un viento seco que no había parado de soplar desde hacía más de cincuenta días. Eso empezaba a tener sus consecuencias; los habitantes del pequeño pueblo costero sentían como algo crecía dentro de ellos. Algo que se volvía grande, enorme, monstruoso e incontrolable a cada nuevo bufido, a cada ráfaga que les golpeaba sin piedad. Protegiendo a su hijo contra su pecho, huyó aprovechando el silencio de la noche y antes de que llegara a ser demasiado tarde. Algunos empezaban ya a convertirse en verdaderos animales. Irreconocibles, algunos aldeanos habían acabado con la guardia del rey. Armados con simples garrotes y usando uñas y dientes, se disponían a tomar el castillo y terminar de una vez por todas con la nobleza que durante siglos los habían tenido esclavizados. Si no cesaba pronto ese viento, nada quedaría ya salvo las almas de aquellos que fueron silenciados hacía ya mucho, mucho tiempo.


Ilustración: Julie Collins Rousseau

Blanca

En el interior del edificio, justo en el vestíbulo, hay un rincón bajo las escaleras donde Blanca se deja tocar. Allí arrastra a sus víctimas como una araña hambrienta y les invita a descubrir cada rincón de su cuerpo. Allí, protegida por las sombras, se deja llevar y gime en silencio todo el deseo y el ardor que esconde su tímido semblante. Su piel morena y brillante por el sudor es recorrida por yemas y lenguas de amantes ardientes, y sus oidos escuchan sin rubor alguno, palabras secretas que muchas ni siquiera soñarían llegar a escuchar. Los hombres pierden el sentido por ella, no les importa si les ven o les oyen; recorren el cuerpo de Blanca buscando cada hueco, cada espacio vacío, cada poro por descubrir. A Blanca no le importa el miedo a ser descubierta, al contrario, le excita pensar que cabe esa posibilidad y echa la cabeza hacia atrás mientras unos dientes desconocidos muerden sus pezones. Le gusta sentir el aliento desbocado rozándole el cuello y abre las piernas esperando que su amante la empiece a acariciar. Agarra su mano y la guía por entre sus pechos empapados en sudor y saliva, y la acompaña hasta abajo tocando su vientre hasta perderse en lo desconocido.
A Blanca le gusta que le den la vuelta y agarrada a los barrotes de la escalera deja que le levanten la falda y jueguen con su ropa interior. Le encanta que se la quiten con fuerza y la obliguen a abrirse todavía más y más. A Blanca le gusta moverse al ritmo de su amante, le gusta acelerar y aminorar buscando siempre el punto justo, la cadencia adecuada, mientras sus dedos totalmente mojados le ayudan a conseguir el orgasmo, el final deseado que es como una droga y al que Blanca no puede renunciar.
Al principio era algo esporádico. Conocía a alguien en un bar, un viernes cualquiera, y se lo llevaba a casa. Ahora no pasan del vestíbulo, no necesita saber su nombre ni su edad, ni siquiera le interesa saber como viven ni a qué se dedican. Sólo quiere una cosa de ellos: su ardor y su deseo. Los deja vacíos y los tira a la cuneta. Muchos, al despertar, sólo recuerdan unos ojos color miel, una voz susurrando extraños mensajes y un dolor en el cuello, como de una picadura de insecto.

Un agujero

Una fuerza invisible me empuja a dar un paso más, y luego otro después de ese, y otro más, y otro; y así hasta que llegue, sin saber como, a mi destino. Salí de casa esta mañana temprano, sin rumbo pero con la cabeza despejada. Mi primera encrucijada: metro, bus o dando un paseo.; total, ni siquiera sé adonde voy. Sólo yo oigo el eco de mis pasos, retumban en mi cabeza y su ritmo me guía. El aire fresco, la débil luz del sol a primera hora, el olor a césped recién cortado, la calle casi vacía; resulta un placer para los sentidos vagabundear por la ciudad y sin embargo quisiera ir a algún sitio en concreto, llegar a mi destino aunque no sepa cual es. Un perro me ha olisqueado, un gato ha huido y se ha escondido bajo un coche asustado por mis pasos, los niños me señalan, ríen disimulando bajo sus torpes manitas. ¿Qué es lo que les hace tanta gracia, llevo algo pintado en la cara, una mancha en la camisa, un calcetín de cada color? Sigo andando sin hacerles caso pero no puedo evitar girarme y observar mi imagen reflejada en el cristal de ese escaparate. Me quedo sin aliento, no es posible, me tiembla el pulso, las piernas me fallan, me mareo y caigo, pierdo el conocimiento…
Al despertar un enjambre de ojos me observa desde arriba. Me siento pequeña, no, minúscula bajo todas esas miradas pero no logro escapar. Creo que me miran con desaprobación y no les culpo, tienen miedo y es normal. Yo también lo tendría si me encontrara con alguien como yo de frente. Como puedo aparto a esa gente, logro abrirme paso y salgo corriendo, tanto como mis ocho patitas me permiten. Veo un agujero y me meto en él. Oscuridad. Silencio. Al fin sola, investigo a mi alrededor, algo suave me envuelve, huele a limpio, a blanco (los olores me traen colores y los colores olores), una música lejana me saca de mi aturdimiento, la calidez de sus notas hace que abra los ojos: estoy en casa. ¿Cuánto tiempo habré pasado fuera?

Seres

Cada poro de su piel desprendía un hedor nauseabundo. Ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba allí encerrado, días, tal vez semanas y sin embargo no tenía hambre, ni sed, ni sueño. Era probable que hubiese echado alguna que otra cabezadita durante todo ese tiempo, pero no era consciente de ello. A su alrededor, sombras y desperdicios, un colchón raído, una manta sucia y mohosa, un ruido incesante, alguna cañería rota que goteaba y que estaba enloquciéndole, aun más si eso era posible. De vez en cuando escuchaba unos pasos, pasitos pequeños que supuso eran de algún ratón. Ahora estaba convencido de que el ratón era, en realidad, un ser de otro planeta que quería comerse su alma. Vivía arrastrándose entre sus propios deshechos, la mierda se amontonaba a su alrededor pero nada importaba ya. Si intentaba gritar no conseguía emitir ni un triste aullido, la voz no salía y sus ojos se habían secado ya. Era inevitable y lo sabía, acabaría absorbido por su extraterrestre y nadie, nunca, se acordaría de él.

Cuántas horas habría pasado tumbada en la parte trasera del coche de su padre leyendo, devorando un libro tras otro, metiéndose en la piel de cada protagonista, viviendo con ellos aventuras y desventuras. Viajaban continuamente y, por necesidad, se había creado un mundo a medida en el que se sentía tan segura que ya nunca volvería a salir de allí. Nunca, y eso, no le importaba lo más mínimo.


Ilustración: Meritxell Ribas

Una noche

Cruzó la puerta sin hacer ruido. Se deshizo de los zapatos y de puntillas recorrió el pasillo hasta su habitación. La oscuridad lo cubría todo y no era capaz de ver más allá de ese manto negro. Él dormía en la cama, ajeno a la silueta que se dibujaba en el marco de la puerta. Silencio. Al poco rato los ojos se acostumbraron a la oscuridad y pudo recorrer, sin miedo a tropezar, el espacio que había entre la puerta y él. A los pies de la cama empezó a desnudarse; despacio, con cuidado, dejando la ropa bien doblada a medida que se desprendía de ella. Cuando estuvo totalmente desnuda se deslizó con sigilo bajo el edredón y se abrazó ávidamente al cuerpo caliente que seguía durmiendo.Absorvió su calor, recorrió su pecho con la yema de los dedos y tras un beso en el cuello le susurró: ya estoy aquí, te echaba de menos. Luego, se durmió

Después de mucho andar al fin llegaron. La inmensidad se abria ante sus ojos y aún así se sintieron decepcionados. Esperaban un abismo, la oportunidad de volver a empezar; y sólo encontraron lo que parecía ser la continuación de lo que ya conocían. El camino había sido largo, pero resultó que no había terminado. En realidad nunca termina, solamente cambia.


Foto de Joan Fuxà: Mars explorer(s)

Trazos


De noche dibujaba sus sueños sin pensar en que tal vez se hicieran realidad. No sabía, la princesa, que es peligroso soñar despierto, que nunca se sabe lo que puede pasar. Por eso el carbón de sus dedos nunca desaparecía; por mucho que se lavara las manos no conseguía eliminar el rastro que impregnaba sus yemas. De día tropezaba con cada uno de sus dibujos sin darse cuenta de que era ella quien había moldeado sus figuras, sus deseos y hasta sus sueños. Y sin saberlo se adentraba en un bucle sin fin, en un laberinto sin salida, una espiral en la que no se sabía dónde empezaban sus propios sueños y los sueños de todo aquello que creaba con su manos. La última noche de ese último mes, dibujó un gato negro de ojos amarillos. El gato la miró y con un maullido la guió hasta lo que sería el final de su camino. A partir de entonces, pasaría a ser parte del sueño de otro.


Ilustración de Meritxell Ribas (Pincel de zorro)

Juegos


Nada más triste que otra mañana de Reyes, no deben ser tan magos como todo el mundo cree. Hace años que les pido un juego bien afilado de cuchillos y ellos no hacen más que traerme estúpidas muñecas de trapo. Estoy harta. El cuchillo de mamá servirá a mis propósitos.Voy a jugar un ratito a los médicos...


Anna i la seva nina - Twin Sisters

El túnel

Al abrir los ojos no vio nada. No recordaba como había llegado hasta allí y se sintió un pelín asustado, estaba todo tan oscuro. Ningún ruido que le diera una pista de dónde se encontraba, ningún olor familiar ni nada que le permitiera recordar algo. Nada. Solamente la oscuridad absoluta que le envolvía como una manta pero que no conseguía quitarle el frío. Gritó y su propia voz volvió rebotando hasta sus oidos. No sabía qué hacer y empezó a andar. Al principio lo hizo despacio, con cuidado, con miedo a tropezar con una piedra o caer en un agujero. Pronto se dio cuenta de que se encontraba en alguna especie de túnel, pudo comprobar que a lado y lado había una pared. Sólo podía andar hacia adelante, si intentaba volver sobre sus pasos se encontraba con un muro que le impedía el paso. Mejor así, no había más elección que seguir andando y aunque no supiera que era lo que le esperaba al final, resultaba un alivio saber que no había más salida que esa, que por narices tenía que ser así. Por eso anduvo y anduvo y siguió andando parando sólo de vez en cuando para comprobar que todo seguía igual. Lo curioso es que no padecía, no tenía sed ni se encontraba cansado, no tenía hambre ni sueño. Nada. También el tiempo parecía no existir en aquel lugar. No sabía si había pasado horas, días o inclusos meses metido allí dentro pero la verdad es que la angustia del principio, la incertidumbre que le atormentaba, había desaparecido. Siguío su camino, quién sabe durante cuanto tiempo, y de repente vio una luz a lo lejos. Al principió pensó que se trataba de alguna clase de alucinación, pero cada vez era más intensa y parecía acercarse, o era él quien se acercaba, no importa, la cuestión era que algo iba a suceder. Apresuró el paso, sentía la necesidad de llegar hasta allí. Andaba deprisa y terminó por echarse a correr. Corría y corría, en la vida había corrido tanto y como no sudaba ni se cansaba, se sintió poderoso, capaz de todo y no tenía miedo de lo que pudiera pasar. Y al fin llegó, llegó al final del túnel. Lo que vio allí lo dejó mudo, perplejo, ya no sabía qué creer. Delante de sus narices estaba su vida, allí, como si estubiera viendo una película. Vió su casa, sus hijos, las calles que solía recorrer, caras familiares, la oficina, esa calita desierta que había descubierto el verano anterior y que tanto le gustaba, compañeros de trabajo, el bar de la esquina, la mesa del fondo con su cervecita fresquita; todo lo que conformaba su vida. Era como un collage de imágenes que se mezclaban y fusionaban con tanta belleza que no pudo más que empezar a llorar. Alargó la mano y la vió desaparecer atravesando la finísima y delgada realidad que tenía delante. Eso significaba que de un salto podía entrar allí y recuperar su vida. Dio un paso atrás, cogió todo el aire que le fue posible y se lanzó.

En el fondo

Desde la roca más alta me lancé al vacío. Abajo, un mar turquesa, agua cristalina con fondo de arena blanca. Caí al agua huérfana de sensaciones, como si al lanzar aquel último grito me hubiese vaciado por completo. Mientras me hundía esperaba el contacto de mis pies con la arena suave pero bajaba y bajaba y no conseguía tocar fondo. Abrí los ojos y contemplé la inmensidad poblada de sombras e incertezas. Allí donde esperaba encontrar tierra firme, había tan sólo un sin fin de objetos sin ninguna relación aparente. Empecé a nadar entre todo aquello intentando descubrir por qué todo me resultaba tan familiar. Había juguetes oxidados por el tiempo: una vieja Meteor BH, azul, con los embellecedores en color amarillo; un Cinexín aun con su película dentro; un jersey de lana (de esa que pica) flotaba como una medusa buscando otros jerseis o algún pantalón de pana al que abrazarse; montones de fotos desgastadas por el tiempo, el agua y la sal, dificil descubrir que mostraban anteriormente; balones; alguna muñeca; un ejército de clicks de Playmobil… Hasta allí donde alcanzaba mi vista, había objetos y más objetos, ropa vieja, melodías que sonaban ahogadas, mezclándose entre sí. Un sinsentido absoluto hasta que la vi. Cuanto más me acercaba más segura estaba de que eso era mío, no había duda. Allí estaba mi cajita de música. Tal y como la recordaba, color azul, florecitas dibujadas y una pequeña y delicada bailarina que empezaba a dar vueltas en cuanto abrías la tapa. También la melodía parecía haber soportado el paso del tiempo, los años y años de olvido. Y abrir de nuevo esa tapa fue como abrir el baúl de los recuerdos, y de repente todo aquello tomaba sentido. Aquellas eran mis cosas, mis recuerdos, mi infancia y mi adolescencia, mis lazos, mi familia y mis amigos. Toda mi vida sumergida en un mar sin fondo del que ya no sabía si quería escapar. Pero me faltaba el aire y me di cuenta de que allí no podía vivir, no podía aferrarme a todas esas cosas porque era absurdo dejar atrás todo aquello que había construido con el paso de los años. Agarré la cajita de música y empecé a nadar hacia la superfície. Salí del agua exhausta, me tumbé en la arena y dejé que el sol secara mi piel, poco a poco volvía a la realidad. Allí estaba la cajita y me prometí no dejar nunca de darle cuerda y escuchar su melodía, ella me ayudaría a mantener los recuerdos y no permitiría que todo terminara por caer en el olvido. Guardaría en ella mis secretos y mis tesoros para así tener siempre presente que la vida es nuestra, toda, entera, de principio a fin, y eso nadie puede quitárnoslo. Nunca.

Juegos y azar

Fue una mañana de octubre cuando se vieron por primera vez. Solían coger el mismo autobús, en la misma parada y se sentaban al final del todo, separados sólo por un asiento. No cruzaban palabra, ni siquiera se miraban, sólo eran capaces de observarse con deseo cuando el otro no miraba. Se trataba de un juego no pactado, al que los dos jugaban sin necesidad de aclarar las reglas. Ella se bajaba un poco antes que él, y disfrutaba sientiéndose observada, casi podía notar su mirada clavada en su nuca y como un escalofrío recorría su espalda y se colaba por su ropa interior acariciando sus muslos. Una vez en la acera era capaz de levantar la mirada y fijarla en sus ojos, era el único instante en el que eran lo suficientemente valientes como para mirarse sin ningún temor. Se alimentaban de esas miradas, vivían aferrados a ellas y sus noches se llenaban con el recuerdo de esa misma mañana y su viaje en autobús.
Después de cenar, ella, se tumbaba en el sofá. Lo que daban en la tele no tenía importancia, ella miraba al techo y soñaba. Soñaba despierta imaginando esas manos suaves y firmes acariciando su cuello, imaginaba su aliento susurrándole en el oido, imaginaba su lengua buscando la suya, enredándose y entonces, cerraba los ojos y dejaba que su cuerpo hablara por ella, se retorcia, gemía y gritaba el nombre de alquien que no conocía en realidad.
Después de cenar, él, se tumbaba en el sofá, pero no lograba concentrarse en nada. Cambiaba de canal como un autómata y en lo único que pensaba era en su sonrisa. La deseaba, deseaba tocarla, deseaba abrazarla, besarla y comérsela entera; y también soñaba despierto con lenguas que se enredan y sudores que empañan espejos y ventanas. Pero la noche terminaba igual para los dos. Solitaria. Silenciosa. Agotadora.
Pasaba que no sabían ya separar la realidad de la ficción, y se convencieron de que su vida transcurria en un sofá y que, de noche, soñaban con un autobús y un juego sin reglas establecidas.

Minúscula

Me levanté y me sentía extraña. Me arrastré hasta los pies de la cama y caí al vacío golpeándome contra el suelo helado. La habitación se había convertido en una enorme extensión de terreno desconocido, la cómoda resultaba ser como una enorme montaña hecha de madera y repleta de secretos que no podía alcanzar. Lo primero que pensé fue que seguía dormida, en plena pesadilla y que sólo cabía esperar el pitido del despertador, pero el olor a café recién hecho, la ensordecedora voz de la radio que me anunciaba que eran las seis y veinticuatro de la mañana, la gigantesca mota de polvo que cruzó rodando ante mis ojos, eran presagios de una enorme y terrorifica catástrofe. Me acordé de Kafka y empecé a temblar. El espejo de la habitación me deslumbraba y parecía llamarme con una voz muda, como un pensamiento que retumba igual que un eco y que incluso duele al golpear con las paredes de la cabeza. No quería hacerlo pero una fuerza invisible me arrastraba hacia él. Tenía miedo, miedo de ver en lo que me había convertido. Él ya no estaba, se levantaba antes, preparaba el café, se tomaba su tacita en dos segundos y salía corriendo. A mi me dejaba la cafetera aún humeante en el mármol de la cocina; ese café y un par de páginas de algún libro, conformaban uno de los momentos más placenteros del día. Era mi momento. Al plantarme delante del espejo, supe que nunca más volvería a disfrutar ni de ese momento ni de ningún otro. Lo que vi en ese reflejo nunca nadie lo sabrá, y yo simplemente desaparecería sin dejar rastro, cuando él volviera y, al final, terminara por pisarme

Del otro lado

Recuerdo tus besos como si los llevara tatuados en la piel. Esas copas que preparabas en tu casa, lo hacías tan bien, siempre lograbas sorprenderme con alguna mezcla imposible de las tuyas. Reíamos, fumábamos, escuchábamos esos viejos vinilos que guardabas celosamente, como un tesoro. Aun y conociéndonos de tanto tiempo, me sentía pequeño a tu lado. Resultabas tan sexy con esa sonrisa inocente, con esa mirada ardiente, con esas ganas de vivir la vida que veia reflejada en tus ojos. Cada día me levantaba deseando tenerte y cuando al fin te abrazaba, no existía nada más allá de ti.
Me habría pasado la vida entera resguardado en tu pecho y sin embargo me sentía un extraño en tu mundo. Tu fuerza me empequeñecía y parecías no darte cuenta de ello. Nada te perturbaba, te sentía cada vez más distante, cada vez más fría, cada vez más y más lejos. Decidí irme sin hacer ruido, creí que eso era lo que querías, lo que deseabas y no te atrevías a pedir. Ahora bebo a solas, cerveza, las copas nunca se me han dado bien. Ya ni fumo, lo he dejado, los mensajes que el humo escribía en el aire me resultaban tan dolorosos como insoportables. No he vuelto a pisar tu calle, ni siquiera me atrevo a acercarme a tu barrio. Tal vez algún día, tal vez cuando el miedo se aleje, cuando la confianza vuelva, tal vez, tal vez llame a tu puerta y tu vuelvas a dibujar una sonrisa.

P.D: Siempre hay otra orilla, otra cara de la moneda

Ese instante

Unos pasos que se alejan tras la puerta me traen recuerdos de aquel día. Después de los primeros besos, llegaron las primeras copas, y esos cigarillos especiales que solías liar sólo para mi. En medio de tus risas me sentaba yo, silenciosa, atenta, embobada y con media sonrisa dibujada en la cara. Luego me acariciabas el pelo y yo te mordía la boca. Me decías palabras bonitas y yo, que nunca me sonrojo, ardía por dentro deseando arrancarte la ropa a mordiscos. Pon algo de música, te decía, entonces, como por arte de magia, empezaba la melodía de aquel piano, aunque sólo sonaba dentro de mi cabeza. Fuera, la música era otra muy distinta, pero no recuerdo cual.
Me habría pasado la vida entera escondida bajo tu camiseta y sin embargo me la he pasado enredada entre tu pelo y tu ni siquiera te has dado cuenta. Día tras día, noche tras noche, tú, como un peine despiadado, me has clavado tus puas hasta herirme de muerte. Ahora los cigarrillos me los lio yo sola, atesoro el humo gris dentro de mi, y sólo a ratos lo voy soltando, poco a poco, no sea que se me acabe y me de un porrazo contra la cruda realidad. Si vuelves, no hagas ruido, no me despiertes, no me digas que lo sientes. Coge lo que quieras y cierra de golpe al salir. Yo no te estaré esperando.

Silencios

Quisiera que un silencio
ese eterno y fugaz
ese que viaja entre tu oido y el mío
sirviera para abrazar
acariciar, alimentar
nuestras vidas
Que una lágrima
o una sonrisa
no sean más que comodines flotador
que nos mantengan
en la superficie
alerta y dispuestos
para amarnos. Siempre

Érase una vez


Después de andar y andar, siguiendo siempre el camino marcado, sorteando piedras y agujeros; decidió que era el momento de cambiar el rumbo. Harta de lobos disfrazados de abuelita, de brujas con dulces en las manos, reinas con venenos mortales y falsas sonrisas, duendecillos malcriados que se divertían confundiéndola y gastándole las bromas más pesadas; la pequeña princesa dio un saltó y se alejó del camino. Se adentró valiente en el bosque, decidida a no mirar atrás nunca más.
Bosc encantat - TwinSisters

Afuera llueve

Afuera llueve. Llueve sobre el asfalto, sobre la hierba del parque, sobre el columpio solitario; y al otro lado de la ventana unos ojos observan, con la mirada perdida en algún punto lejano, invisible para los demás. La imagen es ahora borrorsa, el paisaje pierde nitidez, y no es que el cristal esté empañado, son las lágrimas que se apoyan en las pestañas para luego resbalar despacio, como una caricia, hasta unos labios sedientos de no saben qué. A lo lejos parece que las nubes se deshacen, despacio, como hilos de algodón dulce. Asoma el sol con timidez e ilumina de nuevo a su alrededor; todo sigue en su sitio y sin embargo es distinto, nunca volverá a ser como antes. Los ojos sonrien, no tiene miedo al cambio, no le importa que los colores sean otros, que la luz tenga otra tonalidad. No le asusta seguir el camino compartido; tal vez no tenga esa mano que hasta ahora acariciaba su alma, pero sigue sujetándola y compartiendo cada paso a su lado.

Ellos


Me desperté empapada en sudor. Un extraño silencio martilleaba mi cabeza, sentía náuseas y no recordaba que era lo que había soñado; esta vez no. Con el café con leche, ya en la cocina, observé a través de la pequeña ventana y pude ver algo sorprendente. La ciudad en ruinas tenía ahora un nuevo color, una luz distinta que me llenaba de una sensación a medio camino entre el miedo y la calma más absoluta. De las casas derruidas salian ríos de gente, seres de algún tipo, pero eran muchos y desde donde yo me encontraba parecian infinitas hileras de hormigas trajinando sin descanso. Unas enormes flores se alzaban majestuosas desde el suelo hasta sobrepasar lo que quedaba de aquellos edificios bombardeados mucho tiempo atrás. Parecían llegar hasta el mismo cielo, y de entre sus pétalos emanaba una luz, esa que resultaba tan extraña y que te llenaba el alma hasta hacerte vomitar, para luego sentir un vacío en tu interior tan enorme que ya nada te importaba. Los seres parecían salir de debajo de la tierra yerma, eran como bichos invadiendo un espacio ya invadido mucho antes de que ellos llegaran. Eran muchos, eran más que nosotros y, ahora lo sé, ibamos a ser su más preciado alimento.

Escribo estas líneas con mano temblorosa, los gritos son cada vez menos frecuentes. Sigo arrinconada en el baño, detrás de la puerta, no me atrevo a moverme. Quisiera….No, oigo ruido al otro lado, se acercan, si…Ayud…


Collage: Nikolas Tantsoukes "Letzter Gruss"

La última calada

Antes de acostarse enciende el último cigarrillo, juega a dibujar sus sueños con el humo que desprende y busca su destino intentando unir las estrellas con lineas invisibles. Con los codos en la barandilla, los ruidos le parecen lejanas melodias que intentan decirle algo, pero no logra descifrar el mensaje. Un círculo blanco sale de su boca, sus labios lo dibujan y envuelven una luna antes decreciente y ahora más llena que nunca. Tal vez esa sea la señal, tal vez la respuesta esté escondida en alguna de esas manchas oscuras, en esos agujeros como de gruyère sin sabor a queso. Mañana, con el último cigarrillo, planeará su huida con cohete a propulsión.

Puro hielo

Cierro los ojos, los mantengo cerrados en mi cama vacía mientras siento tu aliento cálido en mi nunca, puedo sentirlo y entonces, me duermo.
Me despierto de madrugada, un ambiente gélido me envuelve, lo cubre todo y no logro comprender qué es lo que ocurre. Siento las sábanas heladas pegadas a mi piel, están rígidas y queman cada uno de mis poros. Abro la boca y mi aliento es blanco, humo que sale de mis entrañas. Pequeñas gotas de sudor han quedado impresas en mi cuerpo. Inmóviles, convertidas en escarcha. Pequeñas perlas que adornan mi cuello y mi pecho y mis muslos antes ardientes.
Poco a poco empiezo a comprender, si no me sueñas, si no me buscas, si no me deseas y gritas mi nombre… Si no estoy en tu cabeza, si no formo parte de tu vida, me congelo. Tan sólo un pequeño golpe y caeré al suelo hecha añicos.
Por favor, no dejes de mirarme

Ansia


No tengo costillas, tengo rejas que aprisionan mi ansia, mis ganas de ti. Debo controlar el calor que se apodera de mi, que sube lentamente desde los dedos de mis pies, acaricia mis muslos y besa mi entrepierna. Un calor, cada vez más asfixiante, que tiene voz y susurra palabras. Me provoca, sabe donde tocar. Pero no te preocupes, que yo te espero, te espero allí donde siempre, donde tú ya sabes, en esa esquina. Pero te aviso, llevo tanto esperando tu boca que voy a dejarte sin aliento. Seco. Sin nada más que tu alma entre mis pechos. No tardes.


Ilustración: Tara McPherson "Sometimes I just want a hug"

Piedra

Agachada, mientras recoge trocitos de su alma, empieza a pensar en aquel refrán que habla de tropezar, una, dos, tres, infinitas veces, una y otra vez. El cielo, antes gris, es ahora un manto negro que todo lo cubre. Nada ilumina, más que el reflejo de esos pequeños trocitos de alma esparcidos a su alrededor. Siente un sabor amargo que se escurre por su garganta y que, a medida que se adentra en su pequeño cuerpo, se convierte en tacto helado que cubre de escarcha todo su interior. Su piel también siente los efectos de esa amargura, sus poros no pueden respirar y la suavidad se convierte en sequedad. Se agrieta. Todas las sensaciones, todos los sentimientos, se convierten en una pesada carga que le dobla la espalda, y no hace más que pensar en ese maldito reloj que ya no da la hora. Si el tiempo todo lo cura, ¿cómo sabrá que ha llegado el momento?

Como cuando la tormenta cae sobre la ciudad, como cuando las nubes cubren el cielo amenazantes, abrumadoras, implacables. Así se sentía ella por dentro. Como si una lluvia incesante golpeara, retumbando, dentro de su cabeza. No podía soñar, ni pensar, ni siquiera podía escuchar nada de lo que la rodeaba. Estaba aislada bajo la tormenta y los rayos se estrellaban en sus ojos y los truenos eran el latido de su corazón. No podía oir nada, ¿o es que no había nada que oir?

Ilustración de Rikka Ayasaki "Rain in a big city"

Sendas

Resguardada del mundo exterior, se siente capaz de cualquier cosa. Sus deseos más íntimos surgen ahora con más fuerza que nunca. En la oscuridad de su cuarto, dibuja caminos invisibles entre sus dedos y su piel morena, deja que sean ellos los que guien su imaginación. No pierde detalle, como si de un mapa se tratara, encuentra caminos que se bifurcan, sendas tortuosas, incluso pequeños senderos que no aparecen en plano alguno. En ese preciso momento cierra los ojos y contempla todo su cuerpo desde una posición privilegiada. Es ella misma la que está allí abajo, enredada entre las sábanas, con él a su lado. La escena se convierte en su mejor aliada, le susurra entrecortada que no deje de mirar, que no se pierda el detalle de su lengua entre sus pechos, ni el de su mano acariciando ese sol en su ombligo. Que no se pierda el instante en el que, enloquecida, grita su nombre para luego, quedarse hecha un ovillo, sola, en el centro de la cama.

Pesadilla


No dormía desde hacía días. Se pasaba las noches enteras sentada en la cama, con los cinco sentidos atentos a cualquier cambio. Los días los pasaba como un fantasma, como un alma en pena; siempre con esa imagen grabada en su cabeza.
Ya no tenía lagrimas que derramar, ni fuerzas para soportar una noche más en vela. Había llegado el momento de hacer algo, necesitaba dormir. Necesitaba vivir.
Cuando a las cuatro de la madrugada apareció la sombra, cuando se acercó y empezó a subirse por los pies de la cama; agarró un cuchillo y lo clavó directo al corazón.
Su padre no volvió a molestarla nunca más.

Reflejo

Me da por pensar mientras me veo reflejada en el filo de este cuchillo. Mi imagen distorsionada me trae recuerdos que creia olvidados, como aquella vez en esa piscina, ¿recuerdas? Nos colamos en esa casa que había al otro lado del polideportivo. Parecía estar abandonada desde hacía mucho, la piscina era verde y no podía verse el fondo. Llena de hojas y bichos flotando, nos dedicamos a tirar piedras a ver quién de los dos salpicaba más. De repente una voz nos gritó algo y salimos corriendo sin mirar atrás. Como corrimos. Nunca antes había corrido así, y al llegar allí donde empezaba el bosque, medio ahogados y sin aliento, me besaste.
Ahora mismo no recuerdo con detalle que sentí, no logro recordar la sensación, pero sé que fue excitante, sé que las piernas me temblaron al contacto de tus labios, al sentir tu lengua buscando la mía. Me diste la mano y nos resguardamos entre los árboles. Como si fuera ayer, te veo a mi lado tumbado, veo tus manos colándose por debajo de mi camiseta sudada, tu rodilla entre mis piernas, rozando, acariciando, buscándome ansioso. Sin dejar de besarte acaricaba tu espalda y bajaba despacio, terminé como una intrusa en tu pantalón y luego…todo se vuelve borroso. Y es que no recuerdo que pasó después, no recuerdo como volvimos a casa, si lo hicimos juntos, ni si quiera recuerdo haberte visto después de aquel día.
Me da por pensar mientras me veo reflejada en el filo de este cuchillo. ¿Encontraré en él la respuesta?



Dulce Eva,

no muerdas esa manzana,

muerde mis labios,

besa mi lengua.

Deja que sea yo quien,

despacio,

a
rranque tu piel con saliva

y deseo.

Grita.


Ilustración: Tamara de Lempicka "Adam & Eve" 1932.

El cristal

La arena se colaba descarada por dentro de su pequeño bikini, mientras sus manos se hundian en la orilla en busca de alguna señal que la llevara hasta él.
Dos colillas, un palito de madera de algún helado sin premio, un par de conchas diminutas y un trozo de cristal. El cristal era verde, de esos con los bordes tan desgastados que resultan suaves al tacto, imposible imaginar el peligro que antes entrañaban. Lo sujetó con cuidado y miró al horizonte a través de él. El mar antes azul era ahora verdoso, como si se tratara de una charca llena de moho, faltaban las ranas y los nenúfares; faltaban los principes azules y la historia de amor. Decidida, lanzó el pequeño trocito de cristal al agua, tan lejos como pudo y después de eso, se tumbó.
Escuchaba relajada el sonido de las olas. Pensaba en lo difícil que resulta sentirse bien, en lo complicada que es la vida a veces, y en como nos cuesta sentirnos completos y satisfechos con nosotros mismos. El agua acariciaba sus pies, a veces incluso mojaba su entrepierna y se estremecía en una mezcla de frío y placer.
No estaba segura, pero creyó, al abrir los ojos, que se había dormido con el vaivén de las olas. ¿Cómo, si no, podía ver sus pies con total claridad metidos en una charca? ¿Cómo, si no era un sueño, podía hallarse rodeada de árboles y flores, en medio de un frondoso bosque? ¿Cómo iba, si no, a sostener en la palma de su mano lo que parecía ser una ranita con corona?
Un poco asustada y absolutamente sorprendida, miró fijamente a la rana. Si esta esperaba que la besaran, lo tenía claro. Echó el brazo hacia atrás y la lanzó al centro de la charca. Desapareció.Volvió a cerrar los ojos, quería volver cuanto antes a su playa de arena blanca y mar en calma. Quería encontrarle, sí, pero ese tacto viscoso por mucha corona que ostentara, le dio un asco terrible y pensó que tal vez mejor sola. Mejor sola con las olas acariciando su entrepierna, sí, mucho mejor.

Ceniza

Sentada en un sillón cerca de la ventana, dibuja pequeños aritos de humo en el aire mientras la lluvia cae incesante y desordenada. Su mirada se pierde entre los edificios grises con las fachadas mojadas, con las terrazas vacías y las azoteas llenas de ropa empapada. Su mente viaja lejos, a algún lugar donde los charcos no regalan reflejos que duelen, donde las lágrimas no se confunden con gotas de lluvia. Mira através de uno de esos aritos tan frágiles y ve un rostro en una ventana. ¿Estará también su mente viajando lejos de allí? Cierra los ojos y da otra calada, ladea la cabeza mientras sus pies siguen lo que parece ser el compás de alguna canción olvidada hace mucho. Un trueno inesperado la devuelve a la realidad. Va a por la escoba y barre la ceniza que ha caido sobre el parqué.

Desconocidos

Creyó por un instante que se habían cruzado antes, que esos ojos negros los había visto en algún lugar. Ella, sentía que se conocían de toda la vida, cómo si no, podía él adivinar sus deseos más intimos, meterse en su cabeza a la vez que se metía en su cuerpo y le daba todo lo que necesitaba en cada instante. Eran dos cuerpos anónimos, sin nombre, sin vida más allá de esas cuatro paredes, más allá de esa cama con sábanas blancas y colcha granate a juego con las cortinas.
Al salir del bar, sin cruzar palabra, anduvieron cogidos de la mano hasta la pensión de la esquina. Querían lo mismo, querían huir de la rutina, huir de sus pisos vacíos, de su nevera con porciones individuales, de sus cepillos de dientes solitarios. Y ahora, compartiendo sudor y saliva, llegaban al límite de lo comprensible, al límite de lo real, porque eran uno sólo. No había duda de que así era, resultaba escalofriante. Pero por muy extraño y siniestro que pareciera, ellos siguieron embistiéndose, gimiendo y revolcándose durante horas.
Nunca antes se habían sentido así, nunca antes tanto deseo, nunca antes tanta pasión, pero…¿quiénes eran en realidad?
Amanecía cuando los dos cuerpos exhaustos se quedaron dormidos. La luz se colaba tímida entre las cortinas, el aire estaba viciado, mantenía aún el calor de la noche anterior. Al despertarse, se encontraron el espacio vacío a su lado, tan sólo unas sábanas arrugadas y aún humedas bajo su piel. Él y ella, cada uno en su habitación, en sus pisos solitarios y llenos de silencio. Cada uno en su cama. Se habían encontrado en sus sueños más calientes, se habían conocido compartiendo juegos y fluidos en otra dimensión y ahora, ahora sólo querían seguir soñando.

Tormenta


Y cubrieron sus rostros con paraguas para evitar mostrar sus lágrimas. De noche, aquellos que andaron el camino, se encontraron con una terrible tormenta, los ojos secos y sus almas, vacías.


Pintura: "Lazarus Wartet"-Edgar Ende (1960)

El carnicero


-Quisera algo más de pierna, me pone un par de ojos de esos que saben cautivar, unas bonitas manos, cuarto y mitad de agallas y un cerebro bien majo. ¿Qué le debo?

Ilustración de Andrew Brandou

Frivolidad


Pobrecita, precisamente hoy que su madre la ha peinado con las trenzas que tanto le gustan.
Qué pena, pobrecita...Oye, ¿te he dicho ya que este vestidito rosa te sienta de maravilla?

Ilustración: Mark Ryden "Girl eaten by tree"

Luz

Sin saber adonde ir, anda perdida hacia lo que parece ser una luz. No sabría decir de qué se trata, pero anda sin miedo porque ya no tiene nada que perder. La luz parece alejarse a cada paso que da; mira hacia abajo y se ve a sí misma recorriendo un camino que le es familiar. Grita su nombre pero la pequeña figura, con su pelo, su cuerpo, su sonrisa, sus ojos; no se detiene, no parece escuchar sus ruegos, sus súplicas, las lágrimas que como gotas de lluvia, empieza a derramar. Se da cuenta de que su alma se ha desprendido de su cuerpo, que sigue andando hacia ese punto lejano, un futuro de luz. Asustada, el alma queda en silencio, inmóvil, superada por la importancia del momento, por lo decisivo de la situación. Puede quedarse atrás y revivir los hechos una y otra vez, o puede correr y alcanzar a su pequeña figura que sigue sin detenerse, como si fuera la única que en realidad conoce el lugar donde todo termina. Toma todo el aire que sus pequeños pulmones de alma frágil pueden tomar, y echa a correr hacia ese futuro iluminado.

El callejón

Sintió, de repente, que sus pasos se volvian silenciosos, no había eco en el callejón. Muy despacio se dio la vuelta, ni siquiera su sombra estaba allí. Gritó su nombre, con miedo a sentir su propia voz retumbando demasiado fuerte dentro de su cabeza, pero ningún sonido brotó de su garganta. Con la boca abierta como en una mueca forzada, las palabras salian mudas sin que nadie llegara a oirlas, sin que nadie acudiera a su llamada.
Pensó que tal vez se trataba de un sueño. Sí, eso era, un sueño algo retorcido, un poco angustiante, un sueño como cualquier otro, uno de esos en los que quieres correr y no puedes, de esos en los que de repente se veia desnuda en plena calle. Sí, un sueño.
Así que siguió andando, sólo sus silenciosos pasos la acompañaban, sólo ese aliento sordo, esa garganta sin vida. Qué sueño más raro, pensaba, porque de repente el callejón se parecía mucho a ese callejón que una vez recorrió cogida de su mano. Ese en el que cada portal podría contar como eran sus besos, cada rincón conocía sus secretos, cada baldosa sabía del color de su ropa interior. Al llegar al final de la calle, una oleada de aromas le abofeteó la cara, el viento despeinó su larga melena, el ruido de la gente al pasar, sus voces, sus risas, sus gritos…Parecía que de repente el mundo volvía a estar ahí fuera, ahí mismo delante de ella. Entonces, ¿entonces no se trataba de ningún sueño? Con miedo dio media vuelta, las piernas le temblaban incontroladas, el corazón parecía que le iba a salir por la boca, sentía nauseas. Las lágrimas le ofrecieron una imagen borrosa de lo que había dejado atrás o, para ser más exactos, de lo que no había dejado atrás. El callejón por el que creía haber pasado, ese que se parecía tanto a ese otro callejón, ya no estaba, no existía. Lloró, y esta vez, todos pudieron oirla.

El pueblo

Nunca antes había sucedido nada parecido en el pueblo. Aquel primer domingo de abril quedó grabado para siempre en la memoria de todos los habitantes de Silencevile
.La gente del lugar se refiere a lo que pasó ese día como “el trágico incidente”, y durante muchas semanas fue el único tema de conversación. No sólo en el café de la Srta.Claudia, también en la barbería, en la pequeña tienda de comestibles de la esquina e, incluso, se hablaba de ello a todas horas en la gasolinera de las afueras aunque practicamente sólo paraban forasteros.
Yo hacía tres días que había llegado al pueblo y me alojaba en la pensión que el Sr.Carter regentaba desde hacía más de veinticinco años. Dormía en una pequeña habitación. Nada sofisticado, pero era confortable, acogedora, y tenía todo el espacio que podía necesitar. La revista Life me había enviado allí para hacer unas cuantas fotografias. Querían que captara la esencia del sur, eso me dijeron. Desde mi habitación podía verse la calle principal del pueblo. Podías pasarte horas y horas observando a la gente pasear, a los niños corriendo arriba y abajo, dando puntapiés a una vieja pelota o detrás de algún pobre perro con la cola entre las piernas.
El aire era cálido. Tal y como me contó la Sra.Carter, era normal para aquella época del año que el calor llegase antes de lo previsto. Las noches eran más frescas, y tan silenciosas que me costó dormirme.
En Silenceville mandaba William Casidy. No era el alcalde ni el sheriff, pero era el hombre más rico del pueblo y de todo el condado. Decían las malas lenguas que había pasado su juventud de correccional en correccional, que era un hombre de mal carácter. Lo único que conocía de él era su casa. No es que me hubiese invitado, pero desde la habitación de la pensión podía verla, majestuosa, dominando el paisaje desde arriba de la colina. Solamente entraba y salía una persona: Petie Brown.Petie era una chaval de ocho años, delgado y pobre como una rata. Era un chiquillo negro, huérfano de nacimiento. Su madre servía en casa de los Casidy desde pequeña, y la madre de esta y la madre de su madre también sirvió allí. Así que cuando dio a luz al pequeño Petie, al instante el recién nacido pasó a ser propiedad del dueño de la casa. No llegó a conocer nunca a su madre, murió dos horas después de parir, una señal inequívoca de que todo lo que vendría luego no serían más que desgracias.
Yo observaba como Petie bajaba a comprar al pueblo, como subía cargado con todo lo que el amo le había encargado. Iba arriba y abajo con cubos llenos de agua que sacaba de un pozo cercano a la casa, barría el porche, regaba las plantas, lavaba la ropa; todo lo que el Sr.Casidy le mandara hacer. Ese sábado, dos días después de instalarme, el ambiente resultaba insoportable. Ni siquiera sabría explicar que era lo que, con tanta fuerza, llenaba el aire aquel día, pero no era nada bueno.A primera hora, después de un buen desayuno y con mi dosis necesaria de cafeina en el cuerpo, salí a dar una vuelta. A estudiar el terreno, pasear, cotillear, buscar ese sitio, ese gesto, esa mirada especial que la revista buscaba y esperaba que yo captara. Pero cuando tan sólo había dado cuatro pasos, pude ver como Petie llegaba andando hacia mi. En cualquier otro momento no le habría hecho demasiado caso y habría seguido con mi paseo, pero la forma que tenía de moverse llamó mi atención. Andaba con dificultad, con la cabeza gacha, mareado y con sus bracitos delgados y huesudos colgando a cada lado de su cuerpo, como muertos. Cuando estuvo más cerca pude ver que le sangraba la nariz y que llevaba los codos y las rodillas peladas, sucias y llenas de sangre. Lo sujeté entre mis brazos, no podía más y se dejó caer cuando sintió el contacto de mis manos. No lloraba, no decía nada, solamente miraba como enloquecido con sus grandes ojos negros.
Una vez dentro de la pensión, la Sra.Carter se encargó del pequeño. Lo limpió y curó sus heridas, le dio ropa límpia y una buena taza de cacao. Petie no dijo nada hasta que terminó, luego, con las manos en el regazo empezó a hablar. La historia era aterradora pero, mucho o poco, todo el mundo la conocía, o al menos la imaginaba. El Sr.Casidy era un hombre malvado, sin escrúpulos y con la mano muy larga. Una mano larga y cobarde que no tenía problemas a la hora de darle una paliza a un niño tan pequeño. Petie recibia golpes de su amo día sí y día también. Le gritaba e insultaba y le amenazaba con tirarlo al pozo en plena noche para que nadie pudiera ayudarle. La gente lo sabía pero callaba. Tenían miedo y sabían que Casidy era demasiado influyente como para hacer nada a sus espaldas. Así, Petie se encontraba solo y desvalido, y como no conocía otra cosa lo aguantaba con resignación y fortaleza interior
.Todo volvió a la normalidad. Yo seguía con el corazón en un puño, no podía creer que nadie en el pueblo hicera nada para evitar aquellas brutales palizas. Me indignaba ver como todos seguían con sus cosas, sin levantar la cabeza ni hablar demasiado, sin atrevirse a abrir la boca. Petie enfiló en silencio el camino que subía a la colina y le perdí de vista.
La noche llegó silenciosa después de un atardecer bochornoso. La cena en la pensión transcurrió sin demasiados comentarios, todos teníamos lo mismo en la cabeza: al pequeño Petie. No quise ni sentarme en el porche a fumarme mi cigarrillo antes de irme a la cama. Subí a mi habitación directamente con la idea de repasar algunos apuntes que la revista me había preparado como guión a seguir a la hora de hacer las fotos para el reportaje.
Se oian truenos, parecía que la tormenta se acercaba y que caería un buen chaparrón durante la noche. Me dormí. Me despertaron unas voces debajo de mi ventana. No lograba entender que decían, era un murmullo confuso, un batiburrillo de voces indescifrable. Me vestí y mientras bajaba las escaleras pude oir a la Sra.Carter contar que el chico había estado allí mismo la pasada tarde, que se había tomado una taza de cacao y que después había vuelto a casa. Al llegar a la planta baja pude ver a la dueña hablando con un policía. Seguí andando, quería salir a la calle, saber que era lo que sucedía. Fuera, las voces que desde mi habitación llegaban confusas, eran claras en ese momento: Casidy estaba muerto. Lo habían encontrado en la cama sobre un charco de sangre y con un cuchillo clavado al cuello.Estuve a tiempo de ver como sacaban su cuerpo sin vida. Lo llevaban cubierto por una manta, pero podía verse un brazo que asomaba por debajo y colgaba sin vida de la litera. No podía acercarme más, el precinto de la policía lo decía bien claro: No traspasar. Pero yo no quería entrar a cotillear, yo sólo quería encontrar a Petie, ¿dónde se había metido ese muchacho? ¿Dónde andaba escondido?
Nunca nadie volvió a verle. Desapareció de la misma forma que las nubes y la lluvia de esa noche. Nadie en el pueblo abrió la boca, la policía no sacó nada en claro y el asesinato de Casidy terminó archivado en un cajón. Yo me marché al cabo de un par de días, con las fotos del reportaje y con un nudo en el estómago que no me dejaba respirar.Todos lo sabían, yo lo sabía. Petie había matado a Casidy y había huido para no volver jamás. Y ese domingo de abril fue recordado como el del “trágico incidente”; no en memoria del difunto, si no porla trágica pérdida de un niño inocente y desvalido, que nunca lo había tenido fácil y que merecía ser feliz.
Espero que así sea.

Flores


Su piel como de seda inunda, a cada paso, el aire con su dulce perfume.
De sus poros emanan gotas llenas de vida, de donde nacen flores bellísimas y suave polen que se lleva el viento.
Todos quieren tocarla, sentirla, besarla; todos quieren pero ninguno puede.
Sólo él la puede alcanzar.
Hasta entonces, seguirá bañándose en sus propias lágrimas

*Ilustración de Rébecca Dautremer

Brisa


Y se fue. Me dejó en una espera que nunca termina. Con la brisa que arrastra su aroma, su voz y esos ojos negros que se clavaban, que atravesaban y me adivinaban a cada momento.
¿Me traerán las hojas que el viento empuja alguna de sus palabras?
¿Y si en alguna de ellas hay algún te quiero tatuado?
Seguiré esperando.

*Ilustración de Rébecca Dautremer


Al fin solas, nadie las ha visto. Con mucho cuidado, mientras una despistaba a mamá con alguna historia, inventada por supuesto; la otra abría el primer cajón de la cocina y tomaba el cuchillo más afilado de toda la casa. Quieren tanto a ese gatito, tanto, que harían cualquier cosa por él. Sabían de su obsesión por el canario del abuelo. Y es normal, porque canta tan bien, sus plumas son tan preciosas, el color tan brillante, la carne tan tierna...

"Gemelas perversas" - Twin Sisters Art

Torpeza

De noche el sudor me invade
Los ojos abiertos, el aire viciado,
el hueco en mi cama y mis manos

buscan,
recorren,
asaltan mi cuerpo
Te buscan en cada rincón,
siguiendo los pasos que un día
tus yemas dibujaron.
Pobres, qué ingenuas,
qué torpes sin tus besos,
sin el camino mojado
de tu saliva.
Sólo les queda el intento
Pobres, qué ingenuas
Grito ahogado
Piel mojada
La almohada no me regala
ni aromas ni susurros

Tiempo

Miraba sus manos y sentía el paso del tiempo. En sus arrugas se reflejaba la vida que poco a poco llegaba a su fin y que dejaba, en cada uno de sus poros, historias, paisajes, sonrisas y muchas lágrimas.
Delante del espejo peinaba sus largos cabellos plateados. Lo hacia despacio, como queriendo disfrutar del momento, pero también porque sus manos eran débiles y, probablemente, no podrían abrazar con la fuerza de antes. Eso pensaba ella y entonces, otra vez, como cada día, se acordó de él. Sonrió y al mismo tiempo sus ojos, aún con ese algo especial de antes, se inundaron y una lágrima solitaria se derramó acariciando su suave mejilla.
¿Dónde estaba?
Desde que se levantaba hasta que se acostaba, incluso durmiendo y en sus sueños más profundos, él la acompañaba y compartía con ella los días y las noches y la música de aquel piano que nunca dejaba de sonar.
Vivía sola. Era capaz de llevar su vida, de arreglarse y tener la casa en condiciones. Sus hijos vivían no demasiado lejos, pero cada uno mantenía su espacio y así todo funcionaba mejor. Ella prefería la soledad entre sus cuatro paredes. No quería irse de allí y se abrazaba a sus recuerdos porque eran lo que más necesitaba.
Durante más de cincuenta años se habían amado incondicionalmente. Nadie lo sabía. Fue un secreto compartido, un secreto tan hermoso y tierno como doloroso e injusto. Y ahora, ahora nada le quedaba más que su sonrisa y sus dulces ojos mientras la observaba. Lo hacia todo el tiempo, siempre que estaban juntos, y lo echaba de menos.
Un día desapareció. Sin una nota, sin una llamada, sin adiós ni hasta luego. Se marchó. Ella quedó a la espera de noticias, de alguna señal que le indicara que él seguía allí, a su lado de alguna manera. No hubo cartas ni llamadas, ni una palabra que pudiera consolarla. Nada.
Peinaba sus largos cabellos plateados y sonreía ante el espejo. Ahora, cuando me haya vestido, saldré al parque a dar un paseo. Que no me olvide de coger los libros, al gatito de preciosos ojos que siempre viene a hacerme compañía, le gusta que le lea.

Soledad

¿Dónde estás?
¿Dónde te escondes?
¿Qué te han hecho que me olvidas?
Añoro tu silencio
La dulce calma después de las lágrimas
La oscuridad que arropa
El sabor dulce de las palabras
no dichas
mudas
Cerrar los ojos
perderme entre las sombras
Vuelve soledad
Qué sola me has dejado

P.D: Hay dos tipos de soledad: La impuesta y la propia y necesaria. Yo echo en falta la segunda.

De cielos y de infiernos

Sentados en la barra de aquel café, él contaba su historia. Le habia sucedido hacia tan sólo un par de horas, y aún estaba en estado de shock.
No hacia más que darle vueltas al asunto, una y otra vez, pero de nada servía recrear la escena, había sucedido y no hacia falta pensar tanto en ello.
Andaba camino del trabajo y, al cruzar la calle, pudo oir un ruido espantoso, como si un millón de personas se hubieran puesto a gritar a la vez, desgañitándose, creando una solo grito fantasmagórico que ponía los pelos de punta. Giró lentamente la cabeza y pudo ver que justo por donde había pasado antes, un piano había caido en picado desde un séptimo piso hasta la acera. Cayó rompiéndose en mil pedazos y en ese mismo instante, en tan solo una fracción de segundo, pudo sentir que había vuelto a nacer. No creia en cielos ni en infiernos, pero mientras hablaba imaginaba si un angel, de esos sin sexo, con alas y llenos de bondad, no se habría cruzado en su camino.
Justo detrás de él, una chica ocupaba una mesa. En ella un cenicero lleno de colillas y una nube de humo envolviéndolo todo. La muchacha no había podido evitar escuchar toda la conversación que desde la barra le llegaba con total claridad. Qué bien, pensaba, que suerte saber que en tan solo un segundo podemos morir y dejar atrás esta vida, que no es vida ni es nada, solo un cúmulo de desgracias, de tristeza y soledad. Jugueteaba con un anillo de compromiso, lo hacia girar mientras las lágrimas se derramaban dentro de su amargo café. Su prometido se había fugado con la novia de su mejor amigo, y eso, la dejaba a ella en nada. Ella ya no era nada para nadie. Ese anillo sólo representaba la traición, el engaño más ruín, la falta de esperanza. Llevaba un rato escuchando al chico del piano, y hacerlo hizo que por un momento olvidara sus penas para así imaginarse como víctima accidental de algún extraño giro del destino.
Ella tampoco creía en cielos ni en infiernos, pero le habría gustado ser un ángel y, así, conseguir la libertad.
El camarero sirvió otra copa a la pareja de la barra y retiró el café de esa chica que parecía tan triste y tan sola. Ese era, sin ninguna duda, el peor día desde que trabajaba en aquel local. Los clientes no dejaban de entrar y salir, se pasaba las horas sirviendo a esas personas que poco le importaban, estaba harto y quería dejarlo.Además no tenía la cabeza donde debería. Entre el ir y venir de la gente, sus paseos entre las mesas, las conversaciones ajenas; en medio de todo eso estaba su madre. A la pobre la tenían en una habitación de hospital, hacía ya un par de meses que la ingresaron. Hasta el momento no habían sabido decirle qué era lo que su madre padecía, qué solución había y hasta cuando debería quedarse ahí. Estaba nervioso, no quería olvidarse de llamar. El médico se lo había dicho hacía una semana: llámeme Ud. dentro de unos cinco o seis días y hablaremos sobre los resultados de las pruebas.
De vuelta a la barra, dejó los vasos y las copas y desapareció dentro de la cocina. Allí había un teléfono, sólo para personal autorizado, lo descolgó y llamó al médico.Su mirada lo decía todo. Tampoco él creia en cielos ni en infiernos, pero su madre, que sí creia en ellos, al fin era libre. Por fin había abandonado esa horrible cama de hospital, por fin dejaba atrás los problemas, las penas. Ahora era un angel.

*Inspirado en la canción Angel de The Dogs d'Amour

Corre el poder, la injusticia, la ley del más fuerte, la imposición, la falta de escrúpulos, la codicia… Corre disfrazado, quiere engañar a la pobre inocencia. Corre, corre caperucita; huye, escóndete, que no te encuentre, que no te agarre, que no te muerda el alma y te robe la libertad.


*Cuadro de Andrew Brandou

Magnetismo


¿Cómo influirá el magnetismo de esta luna en los habitantes de esta extraña ciudad?
Tal vez no duerman de noche, todos lleven el pelo largo y las uñas no les paren de crecer.
La marea sube y baja sin descanso y las plantas son las verdaderas dueñas del planeta. Ellas mandan, ellas dictan, hacen y deshacen.
Tal vez ahora es el momento. Que salgan a la plaza y empiecen a luchar.
Título de la obra: Expectation

Deseo


¿Envidia la muerte desde su privilegiada situación de inmortalidad y omnipresencia, el contacto real, el deseo más puro, el placer de la carne?

Tal vez esté escondida, esperando el mejor momento. No puede sorportar tanta felicidad y tiene un plan: esperará hasta después del orgasmo, luego, cuando los amantes duerman exhaustos y abrazados, se llevará a uno de ellos.
Título de la obra: Der Tod belauscht ein Lieberspaar

En tu pecho

Una noche más
y luego otra después de esta.
Que sea tu luz la que ilumine,
la que me lleve hasta tu cama.
Que sean tus dedos los que,
muy despacio,
cierren mis ojos y me den
descanso