lunes, 8 de septiembre de 2008

Piedra

Agachada, mientras recoge trocitos de su alma, empieza a pensar en aquel refrán que habla de tropezar, una, dos, tres, infinitas veces, una y otra vez. El cielo, antes gris, es ahora un manto negro que todo lo cubre. Nada ilumina, más que el reflejo de esos pequeños trocitos de alma esparcidos a su alrededor. Siente un sabor amargo que se escurre por su garganta y que, a medida que se adentra en su pequeño cuerpo, se convierte en tacto helado que cubre de escarcha todo su interior. Su piel también siente los efectos de esa amargura, sus poros no pueden respirar y la suavidad se convierte en sequedad. Se agrieta. Todas las sensaciones, todos los sentimientos, se convierten en una pesada carga que le dobla la espalda, y no hace más que pensar en ese maldito reloj que ya no da la hora. Si el tiempo todo lo cura, ¿cómo sabrá que ha llegado el momento?

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