lunes, 8 de septiembre de 2008

Desconocidos

Creyó por un instante que se habían cruzado antes, que esos ojos negros los había visto en algún lugar. Ella, sentía que se conocían de toda la vida, cómo si no, podía él adivinar sus deseos más intimos, meterse en su cabeza a la vez que se metía en su cuerpo y le daba todo lo que necesitaba en cada instante. Eran dos cuerpos anónimos, sin nombre, sin vida más allá de esas cuatro paredes, más allá de esa cama con sábanas blancas y colcha granate a juego con las cortinas.
Al salir del bar, sin cruzar palabra, anduvieron cogidos de la mano hasta la pensión de la esquina. Querían lo mismo, querían huir de la rutina, huir de sus pisos vacíos, de su nevera con porciones individuales, de sus cepillos de dientes solitarios. Y ahora, compartiendo sudor y saliva, llegaban al límite de lo comprensible, al límite de lo real, porque eran uno sólo. No había duda de que así era, resultaba escalofriante. Pero por muy extraño y siniestro que pareciera, ellos siguieron embistiéndose, gimiendo y revolcándose durante horas.
Nunca antes se habían sentido así, nunca antes tanto deseo, nunca antes tanta pasión, pero…¿quiénes eran en realidad?
Amanecía cuando los dos cuerpos exhaustos se quedaron dormidos. La luz se colaba tímida entre las cortinas, el aire estaba viciado, mantenía aún el calor de la noche anterior. Al despertarse, se encontraron el espacio vacío a su lado, tan sólo unas sábanas arrugadas y aún humedas bajo su piel. Él y ella, cada uno en su habitación, en sus pisos solitarios y llenos de silencio. Cada uno en su cama. Se habían encontrado en sus sueños más calientes, se habían conocido compartiendo juegos y fluidos en otra dimensión y ahora, ahora sólo querían seguir soñando.

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