lunes, 8 de septiembre de 2008

El callejón

Sintió, de repente, que sus pasos se volvian silenciosos, no había eco en el callejón. Muy despacio se dio la vuelta, ni siquiera su sombra estaba allí. Gritó su nombre, con miedo a sentir su propia voz retumbando demasiado fuerte dentro de su cabeza, pero ningún sonido brotó de su garganta. Con la boca abierta como en una mueca forzada, las palabras salian mudas sin que nadie llegara a oirlas, sin que nadie acudiera a su llamada.
Pensó que tal vez se trataba de un sueño. Sí, eso era, un sueño algo retorcido, un poco angustiante, un sueño como cualquier otro, uno de esos en los que quieres correr y no puedes, de esos en los que de repente se veia desnuda en plena calle. Sí, un sueño.
Así que siguió andando, sólo sus silenciosos pasos la acompañaban, sólo ese aliento sordo, esa garganta sin vida. Qué sueño más raro, pensaba, porque de repente el callejón se parecía mucho a ese callejón que una vez recorrió cogida de su mano. Ese en el que cada portal podría contar como eran sus besos, cada rincón conocía sus secretos, cada baldosa sabía del color de su ropa interior. Al llegar al final de la calle, una oleada de aromas le abofeteó la cara, el viento despeinó su larga melena, el ruido de la gente al pasar, sus voces, sus risas, sus gritos…Parecía que de repente el mundo volvía a estar ahí fuera, ahí mismo delante de ella. Entonces, ¿entonces no se trataba de ningún sueño? Con miedo dio media vuelta, las piernas le temblaban incontroladas, el corazón parecía que le iba a salir por la boca, sentía nauseas. Las lágrimas le ofrecieron una imagen borrosa de lo que había dejado atrás o, para ser más exactos, de lo que no había dejado atrás. El callejón por el que creía haber pasado, ese que se parecía tanto a ese otro callejón, ya no estaba, no existía. Lloró, y esta vez, todos pudieron oirla.

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