lunes, 8 de septiembre de 2008

Afuera llueve

Afuera llueve. Llueve sobre el asfalto, sobre la hierba del parque, sobre el columpio solitario; y al otro lado de la ventana unos ojos observan, con la mirada perdida en algún punto lejano, invisible para los demás. La imagen es ahora borrorsa, el paisaje pierde nitidez, y no es que el cristal esté empañado, son las lágrimas que se apoyan en las pestañas para luego resbalar despacio, como una caricia, hasta unos labios sedientos de no saben qué. A lo lejos parece que las nubes se deshacen, despacio, como hilos de algodón dulce. Asoma el sol con timidez e ilumina de nuevo a su alrededor; todo sigue en su sitio y sin embargo es distinto, nunca volverá a ser como antes. Los ojos sonrien, no tiene miedo al cambio, no le importa que los colores sean otros, que la luz tenga otra tonalidad. No le asusta seguir el camino compartido; tal vez no tenga esa mano que hasta ahora acariciaba su alma, pero sigue sujetándola y compartiendo cada paso a su lado.

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