lunes, 8 de septiembre de 2008

Juegos y azar

Fue una mañana de octubre cuando se vieron por primera vez. Solían coger el mismo autobús, en la misma parada y se sentaban al final del todo, separados sólo por un asiento. No cruzaban palabra, ni siquiera se miraban, sólo eran capaces de observarse con deseo cuando el otro no miraba. Se trataba de un juego no pactado, al que los dos jugaban sin necesidad de aclarar las reglas. Ella se bajaba un poco antes que él, y disfrutaba sientiéndose observada, casi podía notar su mirada clavada en su nuca y como un escalofrío recorría su espalda y se colaba por su ropa interior acariciando sus muslos. Una vez en la acera era capaz de levantar la mirada y fijarla en sus ojos, era el único instante en el que eran lo suficientemente valientes como para mirarse sin ningún temor. Se alimentaban de esas miradas, vivían aferrados a ellas y sus noches se llenaban con el recuerdo de esa misma mañana y su viaje en autobús.
Después de cenar, ella, se tumbaba en el sofá. Lo que daban en la tele no tenía importancia, ella miraba al techo y soñaba. Soñaba despierta imaginando esas manos suaves y firmes acariciando su cuello, imaginaba su aliento susurrándole en el oido, imaginaba su lengua buscando la suya, enredándose y entonces, cerraba los ojos y dejaba que su cuerpo hablara por ella, se retorcia, gemía y gritaba el nombre de alquien que no conocía en realidad.
Después de cenar, él, se tumbaba en el sofá, pero no lograba concentrarse en nada. Cambiaba de canal como un autómata y en lo único que pensaba era en su sonrisa. La deseaba, deseaba tocarla, deseaba abrazarla, besarla y comérsela entera; y también soñaba despierto con lenguas que se enredan y sudores que empañan espejos y ventanas. Pero la noche terminaba igual para los dos. Solitaria. Silenciosa. Agotadora.
Pasaba que no sabían ya separar la realidad de la ficción, y se convencieron de que su vida transcurria en un sofá y que, de noche, soñaban con un autobús y un juego sin reglas establecidas.

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