lunes, 8 de septiembre de 2008

El túnel

Al abrir los ojos no vio nada. No recordaba como había llegado hasta allí y se sintió un pelín asustado, estaba todo tan oscuro. Ningún ruido que le diera una pista de dónde se encontraba, ningún olor familiar ni nada que le permitiera recordar algo. Nada. Solamente la oscuridad absoluta que le envolvía como una manta pero que no conseguía quitarle el frío. Gritó y su propia voz volvió rebotando hasta sus oidos. No sabía qué hacer y empezó a andar. Al principio lo hizo despacio, con cuidado, con miedo a tropezar con una piedra o caer en un agujero. Pronto se dio cuenta de que se encontraba en alguna especie de túnel, pudo comprobar que a lado y lado había una pared. Sólo podía andar hacia adelante, si intentaba volver sobre sus pasos se encontraba con un muro que le impedía el paso. Mejor así, no había más elección que seguir andando y aunque no supiera que era lo que le esperaba al final, resultaba un alivio saber que no había más salida que esa, que por narices tenía que ser así. Por eso anduvo y anduvo y siguió andando parando sólo de vez en cuando para comprobar que todo seguía igual. Lo curioso es que no padecía, no tenía sed ni se encontraba cansado, no tenía hambre ni sueño. Nada. También el tiempo parecía no existir en aquel lugar. No sabía si había pasado horas, días o inclusos meses metido allí dentro pero la verdad es que la angustia del principio, la incertidumbre que le atormentaba, había desaparecido. Siguío su camino, quién sabe durante cuanto tiempo, y de repente vio una luz a lo lejos. Al principió pensó que se trataba de alguna clase de alucinación, pero cada vez era más intensa y parecía acercarse, o era él quien se acercaba, no importa, la cuestión era que algo iba a suceder. Apresuró el paso, sentía la necesidad de llegar hasta allí. Andaba deprisa y terminó por echarse a correr. Corría y corría, en la vida había corrido tanto y como no sudaba ni se cansaba, se sintió poderoso, capaz de todo y no tenía miedo de lo que pudiera pasar. Y al fin llegó, llegó al final del túnel. Lo que vio allí lo dejó mudo, perplejo, ya no sabía qué creer. Delante de sus narices estaba su vida, allí, como si estubiera viendo una película. Vió su casa, sus hijos, las calles que solía recorrer, caras familiares, la oficina, esa calita desierta que había descubierto el verano anterior y que tanto le gustaba, compañeros de trabajo, el bar de la esquina, la mesa del fondo con su cervecita fresquita; todo lo que conformaba su vida. Era como un collage de imágenes que se mezclaban y fusionaban con tanta belleza que no pudo más que empezar a llorar. Alargó la mano y la vió desaparecer atravesando la finísima y delgada realidad que tenía delante. Eso significaba que de un salto podía entrar allí y recuperar su vida. Dio un paso atrás, cogió todo el aire que le fue posible y se lanzó.

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