viernes, 19 de diciembre de 2008

La puerta


Después de seis generaciones viviendo en la mansión las historias se sucedían una tras otra, pasando de padres a hijos y llenando las tardes silenciosas, de sobremesas largas y cálidas sentados ante la chimenea.
Y era cierto que algo inexplicable ocurría en aquella enorme casa, una habitación que iba y venía, aparecía y desaparecía a su antojo, y muy pocos eran los que habían logrado entrar en ella. Los afortunados contaban lo sucedido con los ojos chispeantes de satisfacción, envolviendo el relato con un manto de misterio algo fantasmagórico. Sucedía que, de noche, cuando la casa dormía en silencio, algún inquilino insomne, paseando por alguno de los muchos pasillos que recorrían el edificio, se había topado con una puerta que no debía estar allí. Sí, sí, una puerta que antes no estaba, una puerta que al día siguiente desaparecía y que podía volver a aparecer tiempo después en cualquier otro punto de la mansión. No tenía cerradura, estaba abierta para quien quisiera entrar, pero ocurría que si se accionaba el interruptor y la luz llenaba la estancia, nada había allí dentro, tan sólo una habitación vacía, cuatro paredes blancas y un suelo de mármol frío y brillante. Sin embargo, si se entraba a oscuras, sólo acompañados de la luz de una vela o de un pequeño farol, la estancia aparecía repleta de sombras, las que creaban la cama, la cómoda de tres cajones, el gran armario de doble hoja, las dos mesillas de noche, el perchero del rincón y la gran lámpara que colgaba del techo. Los más atrevidos habían pasado la noche tumbados en esa enorme cama, pero ninguno había podido dormir, y antes de que despuntara el alba habían regresado a sus habitaciones. Cuenta la leyenda, que solamente el viejo tío Andrés pudo dormir en ella, despertó cuando ya era de día y ya no pudo salir de allí.
De vez en cuando, si se pasea por alguno de esos pasillos, pueden encontrarse pedazos de papel por el suelo, notas escritas de puño y letra por el viejo Andrés, suplicando que alguien le saque de ahi. De momento nadie a vuelto a ver esa maldita puerta.

Illustración: Benjamin Lacombe

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